EL SALTO DE LOS TOROS
Apunte
antropológico sobre los Hamar de Etiopía.
Cuando decidí viajar a
Etiopía en el año 1999 pensaba que el contacto con la tribu de los Mursi podía
ser el punto álgido del viaje, los había visto en los documentales de La 2,
ellos fuertes como atletas y ellas insondables con sus discos labiales. Sin
embargo me equivoqué.
Me recibió Addis Abbeba,
(flor nueva en Amhárico), probablemente la ciudad más caótica que conozco y la
única en la que no me he sabido orientar. Es pobre, muy pobre, pero es verde,
es una flor verde que trepa por las colinas a través del humo de las chimeneas
de leña y de la neblina húmeda.
Sabemos que aunque el Sur
también existe, existe más olvidado, y en este caso, el olvido te sumerge en la
prehistoria, que no en la pobreza. Allí, en el profundo Sur de Etiopía tuve
junto a los Hamar la experiencia más inolvidable.
El cauce del río era amplio,
arenoso y estaba totalmente seco, sin embargo, como pudimos comprobar, a no más
de medio metro de profundidad se encontraba el agua. Algunas mujeres sacaban
agua con sus calabazas de uno de estos pozos, ajenas al resto del mundo la
vertían en un tronco vaciado del que bebían unas pocas cabezas de ganado.
El sol del mediodía era
fuerte, y aparte de las mujeres del pozo, sólo unas pocas jóvenes permanecían
al sol, éstas, embriagadas por la cerveza de sorgo que habían bebido, hacían
sonar cornetas mientras cantaban y bailaban. Pertenecían a la familia del joven
que iba a pasar de la adolescencia a la madurez, todas ellas eran solteras,
teníamos idea de que estas mujeres tenían que ser golpeadas y después el
muchacho superar la prueba del “salto de los toros”, los jóvenes que lo
consiguen pasan a la edad adulta y pueden casarse, en caso contrario se
convierten en la vergüenza del clan y son azotados por las mujeres.
Otro grupo de mujeres
observaba sentadas en la sombra. Todas ellas vestían las pieles, habitualmente
de cabra, que les cubre de cintura para abajo, una por delante y otra por
detrás; algunas llevaban otra atada de forma holgada al cuello y asomando un
hombro por la abertura. Todas esta pieles están bellamente adornadas con
cuentas de colores, con conchas de caurí y con remates metálicos en los bordes.
En el cuello llevan dos aros de metal muy pesados, las casadas llevan además un
aro de cuero y metal que se cierra por delante en un saliente metálico que
simboliza según nuestro guía el órgano sexual masculino. El cuerpo lo llevan
untado con una mezcla de grasa y ocre que les da un típico color rojizo, con
esta misma mezcla junto con arcilla untan la multitud de pequeñas trenzas que
adornan el pelo. Algunas se tocan además con una pluma de avestruz o una
plancha elipsoidal de aluminio brillante que colocan en la frente, dirigida
hacia fuera y hacia abajo.
En un grupo aparte permanecían
los hombres, siempre borkoto en mano, pequeña pieza trabajada en madera que les
sirve tanto de taburete como de almohada para no deshacer sus curiosos
peinados, en la mayor parte de los adultos consiste en rapar la parte delantera
de la cabeza y recoger el pelo en la coronilla formando un casquete con arcilla
que tiñen de color rojo y amarillo y adornan con una pluma de avestruz. Algo
que tampoco abandonan nunca es el Kalashnikov, colgado al hombro aunque lleven
poca o ninguna munición. Con los hombres principales se negoció el precio a
pagar por asistir a la ceremonia y tener vía libre para hacer fotos.
Las jóvenes continuaban
desplazándose por el arenal, una tocaba la corneta, las otras la seguían en
fila, se reunían y volvían a empezar, una de las que solía estar en primera
línea llevaba puesta una camiseta de color fucsia recogida por encima del
ombligo que alguna turista le habría dado. Después nos enteramos de que era la
hermana del iniciado y que se llamaba Botolo.
El tiempo transcurría lento
bajo el calor y acabamos por sentarnos también a la sombra de los árboles en la
orilla del cauce. Algún hombre dormitaba apoyado en su borkoto, otros se
pintaban la cara de ocre y blanco, algunas niñas se acercaban pidiéndonos que
les hiciéramos fotos con la esperanza de recibir a cambio algún birr extra. Un
hombre, con las piernas pintadas de blanco como si de medias se tratara se hizo
a un lado para permitirme fotografiar al que dormitaba, con la ayuda del guía
local supe que como signo de bienvenida me ofrecía algo de lo que llevaba, no
teniendo mucho que elegir ni mucho que darle a cambio rechacé el ofrecimiento
poniéndole una pulsera guatemalteca que llevaba conmigo, algo que agradeció con
una franca sonrisa y que como comprobé al día siguiente cuando me volvió a
saludar seguía luciéndola en su muñeca mejor atada de lo que yo la dejé.
El grupo de las jóvenes
familiares estaba ahora lejos pero vimos que se acercaban a ellas otros hombres
llevando cada uno un manojo de varitas finas y largas, la mayor parte de estos
llevaba el pelo rapado, una cinta en la cabeza y dos plumas, una a cada lado.
Se organizó un pequeño tumulto y sonaron fuertes chasquidos, sin ver qué era,
me apresuré a acercarme y lo que vi me dejó de piedra. Las jóvenes saltan y se
acercan a los hombres, cuando éste elige a una las demás se apartan y la
elegida se separa un poco, se queda firme frente a él, a veces un brazo
levantado mostrando su corneta, y en esta posición, hierática e impasible,
recibe del hombre un tremendo varazo, la rama contacta sobre el pecho, se curva
con fuerza sobre el brazo o el hombro y el extremo golpea fieramente la espalda
abriendo la carne. Ni un gesto de dolor. En vez de huir despavorida se acerca
orgullosa nuevamente al hombre y pasa su pelo cerca de la cara de él. Las
mujeres demuestran así la fortaleza de la familia y dan testimonio de que el
joven al que han ayudado a criar es asimismo fuerte.
Una joven, casi una niña
pide a otro muchacho ser golpeada, la vara restalla y una espina se le clava en
el brazo, veo su gesto de dolor, es sólo una niña. Cada vez que un hombre
descarga un golpe suelta la vara que en ocasiones es recogida por la golpeada.
Algunas mujeres mayores impiden que las más golpeadas sigan plantándose delante
de los hombres. Otras son rechazadas por los mismos hombres. No sé si las
elegidas serán las consideradas más bellas, o si al final y movidos por la
compasión no hagan caso a las más heridas.
El rito se llena de
contenido sensual, los pequeños saltos, la forma en que se acercan al hombre,
el giro de cabeza para que las trenzas rocen el rostro de su fustigador. Estos
ritos se concentran en la época posterior a las lluvias con lo que a los dos
días tuvimos la gran suerte de volver a contemplar otro, en esta ocasión, con
más tranquilidad pues prescindí de la cámara, observé con más detenimiento,
pero todo se desarrolló de modo casi idéntico.
Las robustas espaldas
sangraban, comprendí que las abultadas cicatrices que había visto antes no eran
escarificaciones sino tremendos latigazos de alguna ceremonia anterior. En la
espalda de Botolo, una de las largas cicatrices mostraba al día siguiente un
aspecto sobrecogedor; no sangraba, pero la carne se había abierto dejando un
espacio tan ancho como mi dedo pulgar.
No habíamos comido y la
tarde avanzaba, pero quién se acordaba. Salimos del cauce siguiendo al
gentío y a través de una senda llegamos
a una pequeña explanada. Al poco rato comenzaron a reunir ganado en el centro.
El que llamaron Magic Man estaba
sentado sobre una piel, este hombre mágico era de los que llevaban la cabeza
rapada y dos plumas, también tenía numerosas escarificaciones y la cara pintada
de ocre y blanco, era musculoso y elegante. El joven iniciado, desnudo excepto
por una cuerda trenzada de fibras que le hacía un ocho alrededor de brazos y
pecho se sentó frente a él, el pelo rizado peinado en todas direcciones para
mostrar su máxima longitud, como si se tratara de la parte superior de la
melena de un león. Con la colaboración de otros hombres del clan agarraban unos
palos horizontalmente sujetándolos por los extremos, en el centro y vertical
hacia arriba pusieron un objeto tallado en madera con un cierto parecido
fálico, alrededor de éste colocaron siete aros metálicos y con un movimiento
hacia arriba y hacia delante hicieron caer los aros, repitieron este proceso
varias veces haciendo caer los aros unas veces hacia el hombre mágico y otras
hacia el muchacho. Por último el chamán se tumbó en la piel y pasaron unas
hojas a lo largo de todo su cuerpo, le dieron a beber un sorbo de leche de una
calabaza, a continuación se levantó
lentamente y la escupió difuminándola sobre los presentes.
Se había congregado gran
número de cabezas de ganado, eligiendo a una ternera joven la hicieron
atravesar una especie de puerta hecha con palos, quizá fuera un joven novillo y
la puerta simbolizara el paso a la edad adulta. Dos hombres con el cuerpo
reluciente como si estuviera untado en aceite dieron dos o tres vueltas
totalmente desnudos alrededor del ganado. El joven se introdujo entre la manada
y parecía como si tocara los órganos sexuales del ganado. Cuando salió, los
hombres de las plumas fueron seleccionando toros grandes, aproximadamente seis,
los juntaron lomo con lomo sujetándolos por la cabeza y el rabo, en primer
lugar colocaron una ternera joven. El chico tomó carrerilla y las mujeres se
congregaron, con ambos brazos sujetaban por encima de sus cabezas las varas que
habían servido de látigos al tiempo que chillaban, quizá recordaban al chico lo
que sucedería si no superaba la prueba. Él corrió a los toros, se encaramó de
un brinco al lomo del primero sin tocar a la ternera y caminó por el lomo de
los demás cayendo al otro lado, lo repitió de vuelta y nuevamente ida y vuelta;
por último hizo otros dos recorridos pisando esta vez su joven ternera. Al
poner el pie en el suelo polvoriento los hombres se le acercaron y le rompieron
las cuerdas del pecho, el mago se acercó a él, llevaba en la mano un puñado de
hojas que pasó alrededor de la ternera y del contorno del cuerpo del muchacho
tirándolas después al aire, puede que de esta manera le augurase un porvenir
lleno de riqueza y prosperidad. El rito había terminado.
La cantidad de toros a
saltar es variable siendo un poco a elección del joven, aunque un número normal
puede ser entre diez y veinte, también se le dan varias oportunidades en caso
de que caiga, no me pareció una gran demostración ni de fortaleza ni de
valentía, las que sí que demuestran su capacidad de resistencia al sufrimiento
son las mujeres, tras sus bellos rostros encierran la verdadera fuerza, la
capacidad de criar a los hijos y de realizar las tareas más duras para sacar
adelante a su pueblo.
Al día siguiente a la caída
de la tarde tuvimos la suerte de poder ir al grupo de cabañas de esta familia y
contemplar unas danzas. La ceremonia es bella y primitiva, el canto se reduce a
un tarareo y no hay instrumentos musicales. El comienzo lo marca un hombre
golpeando los palos que utiliza para arrear al ganado y a continuación las
mujeres empiezan a entrechocar los aros metálicos que rodean sus tobillos, al
mismo tiempo frotan las ajorcas que llevan en su brazo derecho con las del
brazo izquierdo siendo ésta toda la música que se puede escuchar. Mientras
tanto los hombres se alinean frente a ellas y baten palmas acompañándolas en el
ritmo. La mujer se acerca al compañero deseado y tocándole con el pie en el
tobillo muestra su deseo de bailar con él, entonces sale el hombre y con
pequeños saltos intenta cortarla el paso mientras ella trata de esquivarle
recatadamente. Nos contaron que durante estos días de festejo se practica el
amor libre entre los jóvenes y que esto no está mal visto aunque sí lo está
casarse embarazada, por lo cual ellas toman determinadas hojas desde un mes
antes. Los niños se acercan al viajero, que en este momento ya tiene cara de
absoluto embobamiento pidiéndole una foto, ¡una foto!, pero en cuanto suenan
las palmas saltan entremezclándose con los mayores.
Sin duda, mis días pasados
con estas gentes de sonrisa franca han sido la experiencia más interesante y
hermosa que me haya deparado hasta ahora ningún viaje.
Link a fotos de Etiopía incluyendo las del relato
Link a fotos de Etiopía incluyendo las del relato
Tuvo que se una pasada, ver las costumbres primitivas de este pueblo aunque seguramente modificadas para atractivo de los turistas, Bienvenidos a la maldita Globalización.
ResponderEliminarQue envidia.
David.