lunes, 7 de enero de 2013

Os dejo a continuación un pequeño relato que escribí acerca de una de las experiencias más entrañables que nunca haya tenido.

EL SALTO DE LOS TOROS

Apunte antropológico sobre los Hamar de Etiopía.
Cuando decidí viajar a Etiopía en el año 1999 pensaba que el contacto con la tribu de los Mursi podía ser el punto álgido del viaje, los había visto en los documentales de La 2, ellos fuertes como atletas y ellas insondables con sus discos labiales. Sin embargo me equivoqué.
Me recibió Addis Abbeba, (flor nueva en Amhárico), probablemente la ciudad más caótica que conozco y la única en la que no me he sabido orientar. Es pobre, muy pobre, pero es verde, es una flor verde que trepa por las colinas a través del humo de las chimeneas de leña y de la neblina húmeda.
Sabemos que aunque el Sur también existe, existe más olvidado, y en este caso, el olvido te sumerge en la prehistoria, que no en la pobreza. Allí, en el profundo Sur de Etiopía tuve junto a los Hamar la experiencia más inolvidable.
El cauce del río era amplio, arenoso y estaba totalmente seco, sin embargo, como pudimos comprobar, a no más de medio metro de profundidad se encontraba el agua. Algunas mujeres sacaban agua con sus calabazas de uno de estos pozos, ajenas al resto del mundo la vertían en un tronco vaciado del que bebían unas pocas cabezas de ganado.
El sol del mediodía era fuerte, y aparte de las mujeres del pozo, sólo unas pocas jóvenes permanecían al sol, éstas, embriagadas por la cerveza de sorgo que habían bebido, hacían sonar cornetas mientras cantaban y bailaban. Pertenecían a la familia del joven que iba a pasar de la adolescencia a la madurez, todas ellas eran solteras, teníamos idea de que estas mujeres tenían que ser golpeadas y después el muchacho superar la prueba del “salto de los toros”, los jóvenes que lo consiguen pasan a la edad adulta y pueden casarse, en caso contrario se convierten en la vergüenza del clan y son azotados por las mujeres.
Otro grupo de mujeres observaba sentadas en la sombra. Todas ellas vestían las pieles, habitualmente de cabra, que les cubre de cintura para abajo, una por delante y otra por detrás; algunas llevaban otra atada de forma holgada al cuello y asomando un hombro por la abertura. Todas esta pieles están bellamente adornadas con cuentas de colores, con conchas de caurí y con remates metálicos en los bordes. En el cuello llevan dos aros de metal muy pesados, las casadas llevan además un aro de cuero y metal que se cierra por delante en un saliente metálico que simboliza según nuestro guía el órgano sexual masculino. El cuerpo lo llevan untado con una mezcla de grasa y ocre que les da un típico color rojizo, con esta misma mezcla junto con arcilla untan la multitud de pequeñas trenzas que adornan el pelo. Algunas se tocan además con una pluma de avestruz o una plancha elipsoidal de aluminio brillante que colocan en la frente, dirigida hacia fuera y hacia abajo.
En un grupo aparte permanecían los hombres, siempre borkoto en mano, pequeña pieza trabajada en madera que les sirve tanto de taburete como de almohada para no deshacer sus curiosos peinados, en la mayor parte de los adultos consiste en rapar la parte delantera de la cabeza y recoger el pelo en la coronilla formando un casquete con arcilla que tiñen de color rojo y amarillo y adornan con una pluma de avestruz. Algo que tampoco abandonan nunca es el Kalashnikov, colgado al hombro aunque lleven poca o ninguna munición. Con los hombres principales se negoció el precio a pagar por asistir a la ceremonia y tener vía libre para hacer fotos.
Las jóvenes continuaban desplazándose por el arenal, una tocaba la corneta, las otras la seguían en fila, se reunían y volvían a empezar, una de las que solía estar en primera línea llevaba puesta una camiseta de color fucsia recogida por encima del ombligo que alguna turista le habría dado. Después nos enteramos de que era la hermana del iniciado y que se llamaba Botolo.
El tiempo transcurría lento bajo el calor y acabamos por sentarnos también a la sombra de los árboles en la orilla del cauce. Algún hombre dormitaba apoyado en su borkoto, otros se pintaban la cara de ocre y blanco, algunas niñas se acercaban pidiéndonos que les hiciéramos fotos con la esperanza de recibir a cambio algún birr extra. Un hombre, con las piernas pintadas de blanco como si de medias se tratara se hizo a un lado para permitirme fotografiar al que dormitaba, con la ayuda del guía local supe que como signo de bienvenida me ofrecía algo de lo que llevaba, no teniendo mucho que elegir ni mucho que darle a cambio rechacé el ofrecimiento poniéndole una pulsera guatemalteca que llevaba conmigo, algo que agradeció con una franca sonrisa y que como comprobé al día siguiente cuando me volvió a saludar seguía luciéndola en su muñeca mejor atada de lo que yo la dejé.
El grupo de las jóvenes familiares estaba ahora lejos pero vimos que se acercaban a ellas otros hombres llevando cada uno un manojo de varitas finas y largas, la mayor parte de estos llevaba el pelo rapado, una cinta en la cabeza y dos plumas, una a cada lado. Se organizó un pequeño tumulto y sonaron fuertes chasquidos, sin ver qué era, me apresuré a acercarme y lo que vi me dejó de piedra. Las jóvenes saltan y se acercan a los hombres, cuando éste elige a una las demás se apartan y la elegida se separa un poco, se queda firme frente a él, a veces un brazo levantado mostrando su corneta, y en esta posición, hierática e impasible, recibe del hombre un tremendo varazo, la rama contacta sobre el pecho, se curva con fuerza sobre el brazo o el hombro y el extremo golpea fieramente la espalda abriendo la carne. Ni un gesto de dolor. En vez de huir despavorida se acerca orgullosa nuevamente al hombre y pasa su pelo cerca de la cara de él. Las mujeres demuestran así la fortaleza de la familia y dan testimonio de que el joven al que han ayudado a criar es asimismo fuerte.
Una joven, casi una niña pide a otro muchacho ser golpeada, la vara restalla y una espina se le clava en el brazo, veo su gesto de dolor, es sólo una niña. Cada vez que un hombre descarga un golpe suelta la vara que en ocasiones es recogida por la golpeada. Algunas mujeres mayores impiden que las más golpeadas sigan plantándose delante de los hombres. Otras son rechazadas por los mismos hombres. No sé si las elegidas serán las consideradas más bellas, o si al final y movidos por la compasión no hagan caso a las más heridas.
El rito se llena de contenido sensual, los pequeños saltos, la forma en que se acercan al hombre, el giro de cabeza para que las trenzas rocen el rostro de su fustigador. Estos ritos se concentran en la época posterior a las lluvias con lo que a los dos días tuvimos la gran suerte de volver a contemplar otro, en esta ocasión, con más tranquilidad pues prescindí de la cámara, observé con más detenimiento, pero todo se desarrolló de modo casi idéntico.
Las robustas espaldas sangraban, comprendí que las abultadas cicatrices que había visto antes no eran escarificaciones sino tremendos latigazos de alguna ceremonia anterior. En la espalda de Botolo, una de las largas cicatrices mostraba al día siguiente un aspecto sobrecogedor; no sangraba, pero la carne se había abierto dejando un espacio tan ancho como mi dedo pulgar.
No habíamos comido y la tarde avanzaba, pero quién se acordaba. Salimos del cauce siguiendo al gentío  y a través de una senda llegamos a una pequeña explanada. Al poco rato comenzaron a reunir ganado en el centro. El que llamaron Magic Man estaba sentado sobre una piel, este hombre mágico era de los que llevaban la cabeza rapada y dos plumas, también tenía numerosas escarificaciones y la cara pintada de ocre y blanco, era musculoso y elegante. El joven iniciado, desnudo excepto por una cuerda trenzada de fibras que le hacía un ocho alrededor de brazos y pecho se sentó frente a él, el pelo rizado peinado en todas direcciones para mostrar su máxima longitud, como si se tratara de la parte superior de la melena de un león. Con la colaboración de otros hombres del clan agarraban unos palos horizontalmente sujetándolos por los extremos, en el centro y vertical hacia arriba pusieron un objeto tallado en madera con un cierto parecido fálico, alrededor de éste colocaron siete aros metálicos y con un movimiento hacia arriba y hacia delante hicieron caer los aros, repitieron este proceso varias veces haciendo caer los aros unas veces hacia el hombre mágico y otras hacia el muchacho. Por último el chamán se tumbó en la piel y pasaron unas hojas a lo largo de todo su cuerpo, le dieron a beber un sorbo de leche de una calabaza, a continuación se  levantó lentamente y la escupió difuminándola sobre los presentes.
Se había congregado gran número de cabezas de ganado, eligiendo a una ternera joven la hicieron atravesar una especie de puerta hecha con palos, quizá fuera un joven novillo y la puerta simbolizara el paso a la edad adulta. Dos hombres con el cuerpo reluciente como si estuviera untado en aceite dieron dos o tres vueltas totalmente desnudos alrededor del ganado. El joven se introdujo entre la manada y parecía como si tocara los órganos sexuales del ganado. Cuando salió, los hombres de las plumas fueron seleccionando toros grandes, aproximadamente seis, los juntaron lomo con lomo sujetándolos por la cabeza y el rabo, en primer lugar colocaron una ternera joven. El chico tomó carrerilla y las mujeres se congregaron, con ambos brazos sujetaban por encima de sus cabezas las varas que habían servido de látigos al tiempo que chillaban, quizá recordaban al chico lo que sucedería si no superaba la prueba. Él corrió a los toros, se encaramó de un brinco al lomo del primero sin tocar a la ternera y caminó por el lomo de los demás cayendo al otro lado, lo repitió de vuelta y nuevamente ida y vuelta; por último hizo otros dos recorridos pisando esta vez su joven ternera. Al poner el pie en el suelo polvoriento los hombres se le acercaron y le rompieron las cuerdas del pecho, el mago se acercó a él, llevaba en la mano un puñado de hojas que pasó alrededor de la ternera y del contorno del cuerpo del muchacho tirándolas después al aire, puede que de esta manera le augurase un porvenir lleno de riqueza y prosperidad. El rito había terminado.
La cantidad de toros a saltar es variable siendo un poco a elección del joven, aunque un número normal puede ser entre diez y veinte, también se le dan varias oportunidades en caso de que caiga, no me pareció una gran demostración ni de fortaleza ni de valentía, las que sí que demuestran su capacidad de resistencia al sufrimiento son las mujeres, tras sus bellos rostros encierran la verdadera fuerza, la capacidad de criar a los hijos y de realizar las tareas más duras para sacar adelante a su pueblo.
Al día siguiente a la caída de la tarde tuvimos la suerte de poder ir al grupo de cabañas de esta familia y contemplar unas danzas. La ceremonia es bella y primitiva, el canto se reduce a un tarareo y no hay instrumentos musicales. El comienzo lo marca un hombre golpeando los palos que utiliza para arrear al ganado y a continuación las mujeres empiezan a entrechocar los aros metálicos que rodean sus tobillos, al mismo tiempo frotan las ajorcas que llevan en su brazo derecho con las del brazo izquierdo siendo ésta toda la música que se puede escuchar. Mientras tanto los hombres se alinean frente a ellas y baten palmas acompañándolas en el ritmo. La mujer se acerca al compañero deseado y tocándole con el pie en el tobillo muestra su deseo de bailar con él, entonces sale el hombre y con pequeños saltos intenta cortarla el paso mientras ella trata de esquivarle recatadamente. Nos contaron que durante estos días de festejo se practica el amor libre entre los jóvenes y que esto no está mal visto aunque sí lo está casarse embarazada, por lo cual ellas toman determinadas hojas desde un mes antes. Los niños se acercan al viajero, que en este momento ya tiene cara de absoluto embobamiento pidiéndole una foto, ¡una foto!, pero en cuanto suenan las palmas saltan entremezclándose con los mayores.
Sin duda, mis días pasados con estas gentes de sonrisa franca han sido la experiencia más interesante y hermosa que me haya deparado hasta ahora ningún viaje.

Link a fotos de Etiopía incluyendo las del relato 

1 comentario:

  1. Tuvo que se una pasada, ver las costumbres primitivas de este pueblo aunque seguramente modificadas para atractivo de los turistas, Bienvenidos a la maldita Globalización.

    Que envidia.

    David.

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